Tras la desaparición de “las cortinas de hierro” en la Europa del Este, “las cortinas de bagazo”, en el Caribe, parecían correrse también, harapientas y desaliñadas, en medio de una crisis económica que daba la impresión de tambalear profundamente el sistema político de la mayor de las Antillas.  Para el año 1995, un lustro después de la caída del bloque socialista, el presagio enunciado por Jean Paul Sartre de que Cuba se convertiría en una “Isla diabética”, parecía cumplirse sin peligros para la vida de la enferma. Entre la luz implacable del sol tropical y la terrible oscuridad de los apagones, los cubanos de a pie ya no sabíamos si esto era bueno o si esto era malo, y no lográbamos distinguir la luz de las tinieblas.  Retomado con modificaciones bajo el control de un Estado ceñudo y omnisciente el añejo plan de convertir al país en un balneario paradisíaco, después de años de abstinencia, que mostraban otra vez frente a la pupila turística extrajera una redefinición del  socialismo tropical, ajustando los colores de su carnaval.Asi es que en 1997, aceptando una invitación de Ida Francheto, una de las organizadoras del Encuentro de Antropología de la Transculturación, en la Casa de Africa, para realizar una exposición colectiva sobre tema afrocubano aparece QUELOIDES I PARTE,  proyecto en  el que me enfrasqué conjuntamente con el entonces incansable “curador todoterreno”,  Omar Pascual Castillo, que por esa época comenzaba también su labor como fotógrafo.

En ese momento yo había colaborado en la curaduría de alguna otra exposición colectiva pero no tenía intenciones de desarrollarme en ese sentido, de modo que solo me involucraba como curador en algún proyecto cuando este desbordaba mi interés hacia cualquier tópico que los curadores establecidos y la crítica no consideraban importante o simplemente no privilegiaban.  En cualquier caso yo tenía entonces al igual que otros colegas una buena cantidad de interrogantes e inquietudes sobre los prejuicios raciales en Cuba y estaba convencido de que desde el arte se podía lograr un emplazamiento  provechoso del tema.  Bajo estas circunstancias apareció la primera versión del proyecto QUELOIDES, que contó con la participación de artistas como: Douglas Pérez, Rene  Peña, Elio Rodríguez, Gertrudis Rivalta, Roberto Diago, Manuel Arenas, José Angel Vincench, Alvaro Almaguer, Omar Pascual Castillo y Alexis Esquivel.  La selección pretendía escoger en primer lugar aquellos artistas que habían tenido un previo acercamiento al tema racial, con obras donde se  reflejaba desde formulas artísticas novedosas y contemporáneas una defensa espontánea de la vida sociocultural y religiosa del negro-mestizo.

Hicimos hincapié en trabajos donde aparecieran representaciones un tanto críticas o analíticas sobre esta otra esfera no romantizada de la  existencia cotidiana del negro, es decir desde su historia social y política hasta su realidad concreta, como cultura subalterna parte importante de los sectores más desfavorecidos de la sociedad cubana actual  enfocando al individúo de raza negra como sujeto marginalizado, con desventajas económicas, traumas y denuncias propias, en claro contrapunteo con la evasiva perspectiva folklorista con la que frecuentemente eran reducidos los productores originales y aun fundamentales de esas propias expresiones culturales afrocubanas.

Esta primera QUELOIDES pudo darnos la oportunidad de ensayar nuestras ideas y comprobar en primera instancia que realmente existía una producción artística seria y  comprometida acerca de las interacciones raciales,  portadora de no pocos valores artísticos.  Por otra parte, la muestra había sido realizada por artistas blancos y negros y esto terminaba por rebatir “muy antiguas excusas” como aquellas que defendían  la idea de que cualquier reclamo de los negros era un tema de interés solo para un grupo de “negros resentidos” y por tanto, una estrategia exclusiva de ellos.

QUELOIDES demostró el interés sincero en esta temática de un grupo de artistas que con independencia del color de su piel sintieron la necesidad de dialogar sobre ello. Vale decir que cualquier iniciativa en este sentido no era recibida en aquel momento con amabilidad y compresión por los entes dominantes en el arte local. Se pretendía ignorar cada gesto con sospecha, con recelo e incluso, no faltaban los amigos bien intencionados que nos aconsejaban dejar a un lado esos asuntos para mejor desenvolvimiento de nuestras carreras artísticas individuales, convenciéndonos en cambio de que estábamos en presencia de un fenómeno natural y espontáneo que teníamos el compromiso y el deber de divulgar.  El tema en verdad se resistía y perderse en el abismo de las quejas vacías era fácil si no se reflexionaba a cada instante y por eso bebíamos de todas las jícaras:  Juan Gualberto Gómez, Franz Fanon, Gustavo Urrutia, Juan René Betancourt, Aline Helg, Tomás Fernández Robaina, W.E.B. Du Bois, Malcom X, Martin Luther King, Evaristo  Estenoz, buscando el intercambio de criterios tanto en la tradición como en el presente. Lo cierto es que existían en el arte cubano más joven serias preocupaciones respecto al tema racial, y además estaba siendo tratado desde una perspectiva que aportaba elementos no profundizados anteriormente. Unos meses después conozco a  Ariel Ribeaux, un joven escritor graduado de Historia del  Arte.  Creo que fue sorprendente para ambos que desde los primeros momentos tuviésemos  tal grado de comunión en cuanto a opiniones y criterios  lo cual hizo cada vez más expedita nuestra colaboración.  Por ese tiempo,  Ariel era especialista del Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño de Luz y Oficios, entonces intercambiábamos frecuentemente ideas en un ambiente de total identificación programática.  Bajo ese febril entusiasmo él organiza una segunda exposición a finales del año 1997 que tituló: Ni músicos, Ni deportistas, refiriéndose a los estereotipos profesionales generados a partir de los cambios en la movilidad social, que produjo la transformación política de la isla en los años sesentas, cuando ciertamente la población negra encontró una vía  efectiva de superación social en el campo deportivo y en el ya tradicional campo de la música. En esta exposición  participaban cinco artistas presentes en la ocasión anterior:  Rene Peña, Elio Rodríguez, Manuel Arenas, Alexis Esquivel y Douglas Pérez (este último no pudo hacer efectiva su participación por problemas de producción).  Esta muestra se concentraba de manera más clara en los aspectos sociales de la realidad racial y las obras que allí participaban flanqueaban una multiplicidad de asuntos que iban desde la construcción histórica de la raza, hasta el campo de una  psicología sexual racializada.  Esta exposición, sobria e interesante, aunque no fue demasiado visitada, aportó más visibilidad a nuestras ideas y a nuestras obras.   En contra de nuestro interés comenzó a inventarnos una reputación de radicales negros e incluso llegaron a llamarnos con sarcasmo desde cierta Fundación germanófila en La Habana, “cimarrones o apalencados”.

En Ni músicos, Ni deportistas los que participamos éramos negros a excepción de Douglas pero las anteriores muestras involucraban a artistas blancos cuya presencia no era meramente simbólica, ni puede entenderse como una representación política decorativa sino que significaba un compromiso de sus obras con el proyecto apoyado en la calidad  legítima de las mismas.  De modo que lo que parecía preocuparles más no era únicamente que fuéramos negros o no, sino que estábamos hablando todos inclusive desde lo negro como “negros”.  En ese sentido “Ni músicos, Ni  deportistas”, levantó más de una roncha y en algunos casos, teniendo en cuenta la cantidad de melanina en la piel de cada uno de sus detractores más de un queloide.

Para el catálogo de la misma Ariel escribió un pequeño texto homónimo, que  luego ampliaría convirtiéndolo en una ponencia, presentada más tarde a concurso en noviembre de 1998 en la primera Bienal  Nacional de Teoría y Critica de Arte Contemporáneo  donde un Jurado integrado por Gerardo Mosquera,  Erena Hernández y Oscar Morriña, Ribeaux le otorgó el máximo galardón del certamen.  Debo apuntar que esto nos alentó muchísimo porque ese texto logra exponer con gran claridad las ideas fundamentales  que sustentaban nuestro  proyecto, así percibimos sobre estas bases podíamos diseñar un proyecto de exposición, entonces le insistí con entusiasmo a Ariel  para que presentara al Concurso de Curaduría que convocaba la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).  El proyecto en cuestión se llamó nuevamente QUELOIDES y aunque esta vez Ariel no resultó ganador,  la participación en este evento fue muy importante pues se divulgó su existencia más allá del círculo de artistas y curadores que lo desarrollábamos.

Por eso la década de los noventa, marcada desde sus inicios por el consumado vicio historicista criollo de dividir la vida en décadas, ofrecía cuotas para cada tendencia legitimada en le arte cubano presuntamente crítico, entonces podemos apreciar una pléyade de artistas que  recogen  el batón de la generación  anterior y continúan trabajando ora con  fervor religioso  ora  sin él toda una  multiplicidad de cuestiones relacionados con la vida religiosa afrocubana, artistas  como:  Marta María Pérez, Belkys  Ayón, Santiago Rodríguez Olazábal, José Ángel Vincench, Roberto Diago nieto, conservan con gran creatividad toda una tradición venida ya desde los ochenta la cual sin embargo había sido iconoclasta con  la tradición que le antecedía inmediatamente y había desarrollado sobre la base de estos temas un importante labor el decenio de los setenta,  por  artistas como Manuel Mendive o los aglutinados bajo el rótulo del Grupo Antillano, confesándonos el carácter dramático de los vaivenes de un asunto crucial  todavía no disuelto en nuestro “ajiaco” nacional.

Transcurridos nueve años de crudas dificultades para el pueblo cubano,  El país se mantenía a flote, mientras cientos y cientos no lo lograban tratando de cruzar el estrecho de la Florida.  Una diversidad de paliativos “especiales” permitían la supervivencia económica del Estado y de sus ciudadanos, era imprescindible buscar vías alternativas para la subsistencia.  Para el Estado era una moderación de su política interna hacia una mayor simpatía internacional que le valiera apoyo financiero y comercial efectivo.  Para los ciudadanos era y es la lucha diaria en la economía subterránea y una búsqueda  desesperada de la supervivencia en las oscuras callejuelas del mercado negro.

El número 7 de 1996 de la revista TEMAS,  con un sumario dedicado al “Enfoque de la etnia y la raza”, declaraba:

...“En Cuba, la cuestión de la desventaja social relacionada con el color de la piel (más o menos oscuro) había dejado de ser - hasta que fuera retomada a mediados de  los 80- un tópico del debate público. A diferencia de los casos de otros grupos - las mujeres y los jóvenes-, ninguna organización social había considerado que los problemas relacionados con el color de la piel fueran parte de su agenda. Desde que el discurso de la rectificación lo recuperara, ello  se ha ido convirtiendo en un asunto del mayor interés, tanto dentro como fuera de Cuba”…

Tal reconocimiento explícito de la supervivencia en Cuba de determinados conflictos en la esfera de la dinámica racial, y la anulación del debate social al respecto reforzaba los planteamientos de quienes desde algún tiempo atrás habían estado señalando estas problemáticas.  La maduración de todas las contradicciones que venían desarrollándose a lo largo de la década condiciona que para el año 1999, se manifieste un cambio notable de seña en el “juego de Simón”, que ahora aceptaba la realidad de que el tema racial necesitaba ser concebido finalmente como asunto impostergable.  Es así que el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, para la conmemoración de su décimo aniversario, decide invitar a Ariel para que presentara su proyecto de curaduría QUELOIDES, él se encontraba fuera de Cuba por tanto se hizo necesario mí apoyo y colaboración.  Teníamos  entonces la oportunidad de invitar a otros artistas,  como Pedro Álvarez, por ejemplo, que desarrollaba un interesante trabajo, de apropiación de la pintura de el siglo XIX, utilizando ese referente para descifrar y cuestionar las argucias totalizadoras en torno a la construcción política de la identidad nacional, patentizando además en su obra una serie de reflexiones profundas acerca de los conflictos raciales.  La inclusión una vez más de la obra de René Peña, por otro lado, permitía destacar una de sus vertientes discursivas que era evadida persistentemente por la crítica y por los curadores más notables. Contábamos además con la presencia de artistas como:  Juan Carlos Alom, Manuel Arenas, Andrés Montalbán, Douglas Pérez, Gertrudis Rivalta, Elio Rodríguez, Lázaro Saavedra, José Ángel Toirac y yo. Otra vez era un rasgo común muy importante entre todos ellos el hecho de que no trabajaran estas temáticas de manera unívoca sino que estas podían aparecer como parte destacable de cierta área de sus producciones o como un aspecto más dentro de la multiplicidad de temas abordados  en sus respectivas propuestas.

 “La coronación de Oshun”,  de Jose Angel Toirac es, quizás, la única obra de la exposición visiblemente relacionada con los aspectos religiosos, pero esta solo lo hace con la intención manifiesta de desmantelar las violencia de las acciones políticas que se ocultan detrás de algunos gestos “sagrados”, sin regodearse en la descripción de las tradiciones religiosas, es por esto que la exposición no incluyó a algunos artistas notables del momento cuyas obras parecían estar más dirigidas en el otro sentido. Luego, una multiplicidad de asuntos son contactados en QUELOIDES, los estereotipos sexuales en la obra de Elio Rodríguez, el papel de la familia en la conformación de la identidad racial en las obras de Alom, Rivalta y Montalván, el cuerpo como espacio geográfico donde acontecen los conflictos raciales en Peña y Montalván, las concepciones racistas disueltas en la psicología social y el humor popular en Douglas y Saavedra, las formas invisibles y/o explícitas de segregación en las obra de Manuel Arenas y las mías.  Disecando todas ellas una cabeza distinta de la cabellera de ofidios de Medusa y en conjunto intentando discernir el modo de derribar a la bestia concientes de que la misma podía renacer de sus cenizas.

La exposición no tuvo una resonancia importante en el panorama artístico hasta un año después cuando la revista ARTE CUBANO decide publicar una parte de la ponencia original de Ariel Ribeaux “Ni músicos, Ni deportistas”, sin embargo tuvo un discreto eco en la prensa tanto dentro como fuera de Cuba.  Dejando leer cada uno los  adjetivos de su preferencia en juego más político que  de comprensión artística.

Luego supe por algún colega que este había escuchado en una conferencia en New York a cierto “Mayoral” de una Fundación habanera cantar loas a los “esclavos sublevados” de QUELOIDES…  ¿Quién le teme al negro hoy?.  La fiesta en el batey es un jolgorio desbordante en el que participan todos, pero el secreto de las mieles sigue siendo un dominio exclusivo de algunos conocedores. Por eso aunque la industria azucarera esté en estado de coma, hoy como ayer “no puede existir el país sin el azúcar”, hoy como ayer sin el análisis del “problema negro” no “cristalizan las mieles del país”. Algunos lo saben y pretenden olvidarlo,   otros prefieren maquillar la herida en vez de borrar, para siempre con la más eficaz cirugía, la cicatriz dormida.

curatorial project by: Alejandro de la Fuente and Elio Rodriguez